Reflexión y Santa misa 22 marzo 2020

El evangelio de hoy cuenta una historia larga y preciosa. Da para hablar y comentar mucho: las actitudes de los diversos personajes, identificarnos con unos y con otros, etc. Incluso si cogemos unos versículos antes, más aún. Esta reflexión está basada en la realizada por Fernando Torres cmf (https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2020-03-22)

Vamos a centrar en la relación entre el ciego y Jesús.

Jesús se acerca al ciego –no se dice que el ciego haya solicitado su curación, simplemente estaba allí y Jesús lo vio–, escupe en tierra, hace barro con la saliva, se lo unta en los ojos y le dice que se vaya a lavar. El ciego obedece y recobra la vista. Luego viene toda la discusión entre los conocidos, la familia, los fariseos y el ciego. 

Atención al método de curación. Jesús unta barro en los ojos del ciego…porque eso debe de escocer y doler, hasta que se lava con agua. Es como si Jesús llevase al ciego a una mayor confusión todavía. En realidad el ciego vivía tranquilo y contento en su situación. No pide a Jesús que le cure. Simplemente está allí cuando Jesús pasa. Podemos pensar que si era ciego de nacimiento, no sentiría ninguna necesidad de ver. ¿Para qué? Su mundo había sido siempre oscuro. No conocía la luz. No sentía necesidad de ella. Quizá ni siquiera tenía conciencia de tener ojos. 

¿Cuáles son las partes de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestras relaciones, de nuestra sociedad, que preferimos dejar en la oscuridad y no mirarlas? 

La existencia del ciego tranquila al principio, se complicó muchísimo. De repente entró en conflicto con sus conocidos, con su mundo. Los fariseos le terminaron expulsando de la sinagoga y sus mismos familiares no querían saber mucho de él para no ser expulsados ellos también de la sinagoga y del barrio. 

Le sacó de su zona de confort, casi me atrevo a decir, que no hay aprendizaje o crecimiento personal sin pasar por el dolor. 

 Al final, se encuentra nuevamente con Jesús y, con su vista recién ganada, reconoce al salvador. “Creo, Señor”. Y se postró ante él. 

Reconoce que aunque fue duro al principio ahora percibe colores, ve rostros, disfruta de las expresiones de la gente cuando les habla, etc.

Intentar imitar a Jesús no es fácil. Nos hace ver la realidad de nuestra vida. Nos saca de la oscuridad en la que nos sentimos cómodos. Nos descubre lo que nos gustaría dejar oculto. Nos hace enfrentarnos con nuestra realidad. 

¿Os suena?: “Bastante tengo yo con mis problemas como para dedicarme a los demás”. Y es verdad que te complicas

También os sonará en los que hacen voluntariado: “lo que me dan es más de lo que recibo”. Más allá de la oscuridad  del principio de toda situación complicada hay un mundo mejor y más bello, hecho de fraternidad. Y es que una vez que sientes el bien que haces en los demás, con una escucha, compartiendo, implicándote con su necesidad, etc. es imposible hacer el mal.

¿Quién se anima a abrir así los ojos con la seguridad de que Jesús es la luz del mundo y que después de lo malo viene lo mejor?

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